Bar

Un recorrido por los bares y chiringuitos de Formentera.
Por Luke L. Carter y Laura Losada
24/08/2025

Bar, de Luke Carter y Laura Losada, es un libro ilustrado que captura la esencia de los bares y chiringuitos de Formentera. Nos sumergimos en su esencia y en la de estos lugares de encuentro y placer con pasajes del libro.

Los primeros renglones del libro se escribieron sobre la mesa de un bar. Sentado en La Mota, con el ir y venir del trajín portuario y la proximidad del mar. Antes de comenzar a trabajar, escribía sobre la gente, el lugar y las cosas que veía. Otras veces no escribía nada, solo me sentaba y hacía como que escribía, porque sabía que en cualquier momento la mujer a la que amo doblaría la esquina y me vería allí sentado.

Esa mujer y yo acabamos escribiendo un libro a cuatro manos. Nos conocimos, intercambiamos historias y recuerdos, y nos propusimos escribir una carta de amor a los bares de Formentera. Queríamos dejar constancia de la vida y las emociones que se respiran en cada local.

Como, por ejemplo, el pa amb coses de Can Rafalet, un bar situado junto al mar en es Caló; o la paella de los domingos en la costa de Pelayo, tan escandalosamente grande que para mezclarla era necesario servirse de un remo. El libro, que creció hasta reunir más de treinta bares con ilustraciones de mi propia mano, se publicó en la primavera de 2024.

Bar, de Luke Carter y Laura Losada

Lucas trae el café. El cubano de las mangas con tatuajes de pega descansa en la calle como un búho majestuoso, mientras mi bici está aparcada en la vieja señal de stop junto al paso de cebra donde espero tu llegada.

La Mota

Bar, de Luke Carter y Laura Losada

Siempre me han gustado los bares. Me gustan sus personalidades, sus personajes. Me gustan los menús diarios baratos, las hileras relucientes de botellas, las servilletas personalizadas, ese susurro premonitorio de algo que está a punto de suceder. En ese sentido, Formentera es un tanto especial. Cuenta con bares con historia, bares con tradición, bares plantados sobre la arena o a la sombra de un enebro, cada uno diferente a su manera, que revelan sus encantos con la misma gracia con la que la luz del sol se filtra por una ventana.

Había lugares que, sencillamente, era impensable no mencionar. Mientras que los bares nuevos forjan su mitología particular con el tiempo, otros parecen haber estado aquí desde siempre, erigidos en un día soleado ya completos e inmutables desde el primer instante. El Blue Bar es uno de esos lugares, un alucinógeno local de color azul y plata con temática alienígena, en el que los lugareños se reúnen bajo las sombrillas para esperar la puesta de sol y los espectáculos nocturnos de danza extraterrestre. Bar del Centro es otro, un veterano negocio que se encuentra en el bullicioso corazón de Sant Francesc: todo un paraíso para los observadores, con salas en lo alto y el mundo entero por delante.

Otros bares también tienen su lugar en el libro. Como el Piratabus, el legendario chiringuito que una vez fue un autobús de verdad, o la histórica Fonda Platé, una de las más antiguas de la isla, cuya historia aprendemos en conversación con un anciano, que nos transmite sus recuerdos de cómo era el lugar en otros tiempos. Sin embargo, en términos de historia, tal vez ningún bar de Formentera sea más emblemático que la vieja Fonda Pepe, la cual ha resistido obstinadamente junto a la plaza de Sant Ferran durante más de medio siglo.

Terry echó un trago allí. Los gorriones picotean los restos de los platos. Veo pasar mujeres con ensaimadas. Tomás y Corvus discuten sobre cosas de apariencia importante mientras dos alemanes apuntan con el dedo a las largas uñas de los pies del hippy que pasa.

Bar del Centro

Cuenta la leyenda que Bob Dylan tocó allí una vez, al igual que Syd Barrett, miembro original de Pink Floyd. Si te sientas a escuchar las historias de Julián, el devoto propietario del bar, te sentirás transportado a los días hippies de antaño. La buena música ameniza el salón pintado de verde, donde el Barça y el Madrid se enfrentan en un partido sin fin en el antiguo futbolín. Solo los mejores bares tienen estantes repletos de recuerdos, trofeos de toda ralea y fotos enmarcadas de los dueños cuando eran jóvenes. Uno querría capturarlo como en una foto, para que nunca desaparezca.

Hoy en día, los más veteranos del lugar refunfuñan sobre cómo han cambiado las cosas, tomándote el pelo con historias que inevitablemente acaban con un: “Deberías haber estado aquí hace 30 años”. Estos guardianes de la isla hacen un buen trabajo manteniendo los sepulcros de la historia local. Pero nuestro libro también se quería ocupar del aquí y el ahora, de los lugareños que hacen especial la isla y de los distintos momentos de su día a día. Por eso, cuando durante la publicación del libro se produjo un polémico cambio de propietarios en varios bares, sentimos que había adquirido un nuevo propósito. Se convirtió en un documento social, una memoria compartida de una época de cambios, que podía captar el ahora de ayer mismo y situarse del lado de los ancianos que rememoran cómo era la isla en otros tiempos.

Bares como el Lucky, La Franja o el Piratabus, auténticos chiringuitos de madera que parecían haber sido construidos junto al mar, desaparecieron de repente, permaneciendo ya solo en las preguntas de los turistas y en la memoria de los lugareños. De todos los bares que desaparecieron, el 62 era mi favorito. Era una encantadora mezcla de turistas e isleños sentados en la arena con sus pomadas, un cóctel de ginebra servida con zumo de limón recién exprimido, en donde se respiraba la sensación de estar en uno de los veranos de las películas de Rhomer.

El Bartolo, en la costa de Mitjorn, es uno de los únicos chiringuitos que sobrevivió a la tormenta del cambio. Se trata de una preciosa construcción destartalada, con sus sillas azules esparcidas por doquier entre el olor del romero de los acantilados rojos y de las hamburguesas de la cocina. Este bar está tan cerca del mar que sientes el impulso de darte un chapuzón. Lo regentan Bartolo y su familia, quienes hace cuarenta años encontraron en aquel lugar una rama de enebro barrida por el mar con la que declararon su idoneidad para acoger un chiringuito.

La rama sobrevive hasta hoy, cargada de cientos de conchas colgantes en las que la gente escribe sus deseos, que luego cuelgan de la madera. Hoy en día, el bar luce un aspecto brillante y renovado (y sospechosamente no azul), pero al menos sigue ahí, regentado por la misma acogedora familia de siempre.

Cuando examiné las conchas durante mi última visita, hubo un deseo que me pareció especialmente oportuno. En una concha naranja y gris, escritas a mano con tinta negra, había dos sencillas palabras: “No cambies”. Este libro nos recuerda que el cambio no siempre es malo, siempre que haya algo que nos recuerde lo que hubo antes.

Fuera las sillas están alineadas contra la pared desde donde Valentín vigila la calle y donde Alex y sus chicos y los artistas del mercadillo y toda la gente que adoro ver por allí hacen de Sant Ferran la plaza por antonomasia de la isla.

Fonda Pepe

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