Amanece un día cualquiera de julio en el cámping Cala Nova de Ibiza. Madrugadores como Sandra, una turista holandesa que lleva ocho veranos viniendo aquí, se acerca a la playa para bañarse y hacer yoga viendo salir el sol. Gastón, uno de los argentinos residentes, abre el bar para empezar a preparar los desayunos. En breve, en este punto neurálgico de Cala Nova, las mesas se llenarán de cafés, tostadas y conversaciones que a menudo se alargan hasta el mediodía.
Ahí están Nicola y su familia: el marido Matt, y los hijos Zach y Eva. Estos británicos visitaron en 2011, repitieron varios veranos y se enamoraron tanto del lugar que tomaron la decisión de dejar atrás su vida en Inglaterra para mudarse a Ibiza. Durante seis meses al año viven en este cámping. Eva tiene autismo y es una niña con tendencias artísticas. “El ambiente creativo aquí le ha dado una paz y una calma que los colegios británicos no tenían para ella”, comenta Nicola.
Los niños en el cámping Cala Nova gozan de una libertad absoluta, protegidos por la gran familia que se genera con los padres que vienen todos los años y se conocen. Es una comunidad muy bien avenida. Bajo el sol ardiente de verano, estos menores recuperan un estilo de infancia en peligro de extinción: en vez de pasar el día sentados con una tablet o viendo la tele, corren descalzos, juegan, se inventan travesuras y se escapan a bañarse y a hacer surf a la playa cercana.
En las 125 parcelas entre el pinar, el cámping presenta opciones para todos los estilos y bolsillos. Coexisten tiendas de campaña humildes (muchas de ellas de argentinos que trabajan la temporada en la isla y no pueden permitirse los abusivos alquileres de los apartamentos), y otras mucho más perfeccionadas y con comodidades.
Por ejemplo, la de Nicola y su familia, es como un hogar sin paredes: tiene cuatro camas, una cocina con horno y una gran nevera. Sus niños son tan felices que ni quieren oír jamás la idea de volver a vivir permanentemente en una casa. Aunque eso suponga convivir usando las duchas y baños compartidos del complejo. También hay disponibles opciones algo más glamurosas, como caravanas con vistas al mar o unos bungalows de madera con televisión y baño privado.
Paseando bajo el sol achicharrante de la tarde, reina la calma en Cala Nova: relax tomando una cerveza o fumando, siesta y silencio que sólo rompen el sonido de una guitarra y la voz de un residente tras la tela de su tienda de campaña. En el supermercado en la entrada, Marga Ferrer, co-propietaria del cámping ( junto con su hermano Vicenç), no para de preparar bocadillos frescos que entrega a sus clientes, siempre con una gran sonrisa. Es sorprendente ver a una empresaria trabajar tan duro, pero lo lleva en la sangre: El Cámping Cala Nova abrió en 1983, y sus padres, que eran agricultores, lo levantaron con gran esfuerzo, trabajando día y noche. Marga sigue sus pasos, trabajando de 8 de la mañana a las 12 de la noche, de lunes a domingo toda la temporada, junto a su esforzado equipo.
No es la única. A Matt, el británico marido de Nicola, apenas le queda tiempo para dormir, con su trabajo de montador y barman para un organizador de eventos. Sobrevive haciendo mini siestas durante el día. Nicola tiene un negocio de venta de productos sin plástico, pero trabaja mucho más durante el invierno en los mercados ibicencos. En verano, se dedica a balancear la vida familiar y divertirse con sus amistades en el cámping.
Cae la noche. La barbacoa se enciende y la gente cocina. Los argentinos son los mejores en el grill, se comenta. La gente comparte su comida. Comunidad y buen rollo. Hoy es lunes, lo que significa que toca jam session a partir de las 20.30. En el cámping hay muchos músicos, y cuando Gastón reabre el bar, acicalado para la fiesta, es hora de beber y bailar. Quien quiera tocar o cantar sale al escenario y se une a los músicos. El público (mezcla de residentes y de gente que viene de toda Ibiza para la fiesta) se entrega hasta la medianoche. La diversión seguirá, a veces, en la playa hasta más tarde, hasta que todos caigan dormidos. Mañana será un nuevo día.
En la temporada, unas 1.500 personas pasarán por el Cámping Cala Nova. La mayoría argentinos, holandeses y españoles. Una oferta a buen precio en una zona de Ibiza donde se multiplican los hoteles de cinco estrellas. Su negocio resalta y por ello Marga y su hermano han recibido muchas ofertas de compra. Pero no lo venderán jamás: “No es una cuestión de precio. Es nuestra vida, un sentimiento y orgullo familiar”, dice Marga. Y añade, antes de regresar a su puesto en el supermercado: “Trabajo duro porque lo disfruto mucho. Ya me relajaré en invierno”. Hasta que llegue febrero, y le lluevan las reservas para 2020. Caras nuevas y muchos reencuentros en este pequeño rincón con tanta(s) historia(s).