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La casa pagesa se conforma de módulos cúbicos que antiguamente iban sumándose según las necesidades y recursos de la familia. Está construida en torno al porxo, la sala principal dedicada a las actividades del día a día, desde la que se accede a la cocina y a los dormitorios.
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Construida esencialmente con los materiales encontrados en el lugar, como piedra seca, vigas de sabina para el tejado, arena, arcilla o plantas marinas. Su interior es austero y funcional, con escaso mobiliario y ausencia de elementos decorativos, a excepción de los arcos y las balaustradas de madera en sus fachadas.
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Las casas se construían sobre las mismas tierras de cultivo para lograr la mayor autosuficiencia posible. Por ello, no podían faltar elementos como el pozo, el horno y la cisterna, que recogía el agua de lluvia desde las cubiertas planas, construidas sobre las vigas de sabina y con capas de posidonia, tierra de carbonera y arcilla.
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El porxet, el soportal o una simple enramada, protege la puerta principal y da acceso al porxo. Si los propietarios eran prósperos, levantaban la planta superior con el porxet de dalt, una galería decorada con los tres arcos donde también se secaban frutas y verduras.
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La orientación que predomina es la fachada principal hacia al sur para aprovechar el máximo de horas de sol, favorecer la ventilación de la vivienda y dar la espalda a los vientos más fríos de componente norte.
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La mayoría de las casas se situaban en la ladera sur de los montes, lo que permitía la defensa de los ataques de los turcos y berberiscos (del siglo XV al XVIII), dando a los payeses una visión más extensa de sus tierras. Incluso en algunos casos, disponían de una torre de defensa.
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Las ventanas pequeñas o ventanucos, más estrechas por fuera que por dentro, emulaban a una fortaleza junto a los gruesos muros de casi un metro de ancho. Estas sirven para aislar de la temperatura exterior y mantener la temperatura de la casa según la temporada.
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Para elaborar los productos agrícolas se crearon construcciones auxiliares como el trull (la almazara), casa del vi (la bodega), la casa del molino, el safareig (la balsa), el pozo o el aljibe. Y según las posibilidades de cada familia, podían tener corrales. Un símbolo de identidad ibicenco que recoge siglos de tradición popular.