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Tesoros naturales en Formentera

“Para mí, esto es Formentera. A pesar de sus incontables atractivos, nada es tan hermoso como su proximidad a la naturaleza.”
Por LUKE CARTER
25/08/2024
tesoros naturales en Formentera

Yo era un niño, escuchando junto a mi padre el canto de los pájaros. “El coro del amanecer —decía mi padre a la luz del alba—, el coro del amanecer”. Recuerdo su jersey, que picaba, su olor a naftalina, la gran emoción del canto de los pájaros, todos marcando sus territorios con música. Pero, ¿qué era esta emoción? ¿De dónde viene? ¿Asociamos el canto de los pájaros con la seguridad, con la sencillez? ¿O es una invitación a un mundo más natural? La poeta estadounidense Emily Dickinson lo supo decir mejor: “Gustar de los pájaros es económico. Nos ahorra tener que subir a los cielos”. Y aquí tumbado, esta mañana, escuchando un concierto de cantos de pájaros desde la ventana de mi habitación, pienso en lo acertada que estuvo.

Me despierto, preparo café y me acerco al mar. El agua rueda como la piel de una gigantesca medusa color turquesa. Pienso en nuestro sagaz vecino, quien nos dijo que antaño había tantos pulpos que podías meter un pie en el mar y conseguir que uno trepara por tu pierna. Grandes cormoranes negros, Gulosus aristotelis —bautizados con este nombre científico en homenaje al filósofo griego Aristóteles—, contemplan el mundo entre pesca y pesca. Y entonces, al cabo de un rato, diviso el gran premio de mi mañana: un águila pescadora, Pandion haliaetus, se zambulle con estrépito en busca de su desayuno. Un ave rapaz que se alimenta de peces, de la que quedan unas 50.000 parejas reproductoras. A continuación, logra elevarse desde el mar con el impulso sus alas empapadas, un gran pez empalado en sus garras, mientras un grupo de gaviotas ‘patiamarillas’ se lanza en su persecución, estirando sus picos para tratar de arrebatarle la captura. Un sinfín de lujos naturales y ni siquiera he terminado mi café.

Para mí, esto es Formentera. A pesar de sus incontables atractivos, sus tiendas de lujo y el encanto de su arena blanca, nada es tan hermoso como su proximidad a la naturaleza. Aunque a menudo lo olvidemos, aquí tenemos una conexión especial con la naturaleza. Una mano invisible que puede elevar el alma, simplificar el mundo y enseñarnos las cosas importantes de la vida. Y cuanto más escuchamos y aprendemos de la naturaleza, mayores son sus regalos. Las plantas medicinales son quizás el mejor ejemplo de ello, donde el conocimiento y la cooperación han creado relaciones muy sostenibles y exitosas.

Esta tarde, mi novia y yo caminamos hasta nuestro lugar favorito por un fino sendero de arena, entre dunas y bosques, donde crece el lentisco, Pistacia lentiscus —que los antiguos griegos usaban como chicle—, junto a la emblemática sabina negral, Juniperus phoenicea. Llegamos a un claro, un prado lleno de flores y del zumbido de las abejas. Hemos venido a recoger hierbas para elaborar un aceite típico impregnado de la fragancia de las plantas más importantes de Formentera.

¿ASOCIAMOS EL CANTO DE LOS PÁJAROS CON LA SEGURIDAD, CON LA SENCILLEZ? ¿O ES UNA INVITACIÓN A UN MUNDO MÁS NATURAL?

De todos los ingredientes, quizá el tomillo cabezudo —Thymbra capitata— sea el más indispensable. Diurético, antiséptico, un auténtico botiquín viviente, se utiliza contra la tos, el asma y la sinusitis. Hervida, la planta se convierte en infusió de farigola, un remedio local para los dolores de estómago, y es también ingrediente principal de un popular licor de hierbas. Sus hojas finas y escamosas también son perfectas para nuestro aceite. Cerca de allí crece la zamarrilla o tomillo macho —Teucrium capitatum—, una discreta planta de color púrpura, de la que se decía que su característico olor a incienso ocultaba el olor a alcohol de los juerguistas más entusiastas, y que se repartía por las calles de Dalt Vila.

Pero con el sol bajo, todavía se necesitan más plantas. El romero —Rosmarinus officinalis—, hermoso nombre que hace referencia a la officina medieval, el almacén de los monasterios donde se guardaban las plantas medicinales, brilla como un cristal verde, creciendo feliz junto a matas de ruda macho —Ruta chalepensis—, una planta poderosa, utilizada desde hace milenios para mejorar la circulación e incluso para provocar abortos. Entre tantos ramilletes moteados, encontramos nuestro ingrediente estrella, las flores con aspecto de yema de huevo de la siempreviva —Helichrysum stoechas—, llamada así por su capacidad de mantener el color una vez secas. Esta flor con aroma a curry, que antaño se utilizaba para ahuyentar desde los malos olores hasta los espíritus malignos, tiene propiedades increíbles para la piel, razón por la que se la ha utilizado con profusión en cosmética.

Las plantas, con sus historias únicas, sus peculiaridades y sus usos tradicionales, se dejan en remojo durante uno o dos meses para crear un aceite de oliva de fuerte aroma. A continuación, se filtra cada gota dorada para separar las flores; hecho lo cual, con las manos sucias y los dedos impregnados de siempreviva, es esencial darse un baño en el mar. Además de resultar excelente para el cabello y la piel, este aceite huele de maravilla. Y ahora, cada vez que lo uso, me acuerdo de aquel fino camino de arena, del bosque, de las flores silvestres y de los tesoros de Formentera. Al igual que el águila pescadora, el canto de los pájaros y el zumbido de las abejas, nos abre un camino hacia nuestro mundo natural, un mundo de paz, euforia y contemplación. Puede que a la vieja Dickinson no le importe si digo que gustar de la naturaleza también es económico. Sus dones, gratuitos y constantes, son del todo impagables.

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