En una isla en la que la belleza humana adopta muchas formas, desde el estilo desenfadado de las playas hasta las pieles con efecto relleno de las discotecas, Ibiza ofrece un escaparate de las exigencias estéticas que dominan el mundo y, al mismo tiempo, un oasis en el que refugiarse de ellas. Aquí puedes tanto relajarte como meterte en cintura. El año pasado, los europeos gastaron 17.000 millones de dólares en tratamientos estéticos, una cantidad cercana a la suma del PIB de Islandia, lo que muestra que la cultura del retoque está firmemente arraigada en el entramado de la vida moderna. Si tenemos en cuenta que, según Expert Market Research, se prevé que esta cifra aumente hasta los 36.000 millones de dólares en 2034, cabe preguntarse si hemos cambiado la autoaceptación por la automejora.
En una época en la que los rellenos son tan habituales como los tratamientos faciales y el bótox exprés no escandaliza a nadie, no cabe duda de que los hábitos están cambiando. Pero ¿en qué punto el amor propio se convierte en una adicción? Confieso que hace poco sucumbí a la aguja. El bótox ha borrado casi por completo una cicatriz que tenía en la frente desde la infancia. Y junto a ella, mi capacidad para lanzar miradas fulminantes. Me siento congelada en el tiempo, al menos de cejas para arriba, y me pregunto si una piel tersa vale el precio que le cobra a tu personalidad. Es como si hubieran borrado una pequeña parte de mi identidad. Pero me río de mi vanidad, espero impaciente a que pasen los efectos y lo considero una experiencia más.
Con 54 años, llego tarde a esta fiesta. Otros hace tiempo que están metidos de lleno en ella. Una amiga de cuarenta y tantos está enzarzada en una batalla constante con su médico sobre cuántos inyectables más puede soportar su rostro (he sido testigo de los enfrentamientos), mientras que un conocido de 27 años a veces se gasta más en retoques que en el alquiler. Me preocupa lo que se está haciendo a sí mismo, saber si será posible reconocerlo dentro de diez años.
No se trata de una cuestión anecdótica. Un informe publicado en la revista Journal of The American Academy of Dermatology describe un fenómeno llamado “deriva de percepción”: “un lento alejamiento de la imagen original que se tenía de uno mismo”. Tras un tratamiento estético, “los pacientes desarrollan nuevos puntos de referencia y pasan a fijarse en lo que perciben como nuevos defectos”. ¿El resultado? Una búsqueda interminable de la perfección.
El informe también señala el papel de las redes sociales en la promoción de “cánones de belleza inalcanzables”, una preocupación de la que se hace eco el doctor Michael Prager, destacado médico estético con clínica en el barrio londinense de Knightsbridge. Prager advierte de que los jóvenes abusan cada vez más de los tratamientos para parecerse a sus selfies con filtro.
Mientras tanto, los veinteañeros que aparecen en los realities de la televisión, como Selling Sunset y Love Island, han puesto de moda los retoques estéticos. En Reino Unido, algunas clínicas ofrecen incluso paquetes de trata- mientos inspirados en Love Island, en respuesta al deseo de muchos jóvenes espectadores de parecerse a sus estrellas favoritas de la cultura pop.
A medida que se estrechan los cánones de la percepción de la belleza en todo el mundo, nuestro aspecto tiende a homogeneizarse cada vez más, según la profesora Heather Widdows, autora de Perfect Me: Beauty as an Ethical Ideal (Mi yo perfecto. La belleza como ideal ético). “La forma en que hemos pasado a valorar la apariencia constituye un cambio social completamente transformador —afirma comparándolo con una conversión religiosa a gran escala—. Nos hemos deshecho de un conjunto de valores y hemos instaurado otro sin darnos cuenta”. “Como seres corpóreos, la apariencia, la belleza, debería importarnos —añade la profesora Widdows—. Pero no debería ser lo único que importa, ni lo más importante”.
Que quede claro: no estoy aquí para juzgar. Lo que alguien haga con su cara y su cuerpo es asunto suyo. Pero hay una cosa que sí tengo clara: haré un esfuerzo más consciente para recordar a amigos, familiares e incluso meros conocidos que lo que los hace bellos para mí son sus peculiaridades, sus defectos y su individualidad sin filtros. Todas esas cosas que no se pueden inyectar.
Rebeldes estéticas
1
Tess Holiday
Modelo e impulsora del movimiento #effyourbeautystandards (‘fuera los estándares de belleza’), Holiday contribuye a acabar con el estigma de las tallas.

2
Laetitia Ky
Esta artista de Costa de Marfil se vale de la escultura capilar para celebrar la belleza negra y desafiar la normatividad eurocéntrica.

3
Jameela Jamil
Actriz, activista y creadora del podcast I Weigh, Jamil es una crítica feroz de la cultura de la dieta y de las fantasías de perfección en las redes sociales.








